Si no conociéramos el dolor ¿cómo distinguiríamos el placer?. Si nunca sufriéramos el mal, ¿cómo reconoceríamos el bien?. Si no tuviéramos noche, ¿cómo sabríamos que la ausencia de oscuridad es el día?
¡Qué arrogantes somos al pensar que sabemos las liberaciones que tienen que producirse y las emociones que tienen que expresarse para mayor bien del paciente, y el momento y lugar exactos en que deben producirse!
A veces, lo máximo que podemos hacer es estar presentes. Lo máximo que podemos hacer es escuchar nuestras manos y facilitar que el cuerpo haga lo que el paciente necesita. Está bien darse cuenta de que a veces no podemos hacer nada por el paciente. Desearle una vida feliz y pasar a otra cosa. En otras palabras, es posible que lo que el paciente necesite en ese momento sea que no le ayudemos.
A medida que interactuamos con otras personas, nos damos cuenta de que lo único que sabemos con certeza es que estamos presentes en algún punto del camino de visa del paciente. Si estamos en medio del camino o en un cruce es el gran misterio que sólo puede manifestarse cuando vivimos el momento presente.
A veces nuestro papel es el de animar al cuerpo a que muestre a la persona el comienzo o el final de su camino.
Como terapeutas craneosacrales estamos encargados de estar al lado del paciente en el momento en que percibe un riesgo, y de estar atentos a la oportunidad de entender y de experimentar esta vida. No podemos saber si vienen o van, sólo que la vida es sagrada."
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