miércoles, 12 de junio de 2013

UNA SENCILLA FORMA DE CAMBIAR EL MUNDO

    ES TAN FÁCIL, CUESTA TAN POCO....


       Cuenta Tsoknyi Rimpoche, uno de los maestros de meditación más destacados en el budismo tibetano actual, que en la tradición budista, es normal empezar recitando una pequeña oración para que cualquier esfuerzo que hagamos tenga un beneficio para los demás.
    Al final de nuestro ejercicio, debemos transmitir a los demás la fuerza, la paz o la calma a que hayamos despertado.
     Por supuesto, hay gente que podrá sentirse reacia a hacer eso. "¿Por qué tengo que darle el trabajo que he hecho a gente que no conozco?", puede preguntarse alguien.

        Lo único que te puedo decir es que AL COMPARTIR NO PIERDES NADA. POR EL CONTRARIO, LA FUERZA AUMENTA AL DARLA.

     Lo podrás comprobar tú mismo la próxima vez que entres en un restaurante de comida rápida y mires a los ojos a la persona que te esté atendiendo. Puede que se sienta más viva y alerta cuando esté preparando lo que le has pedido. O quizás cuando le des las gracias sinceramente al que te ha llenado el depósito de gasolina del coche, puedes ver que se le iluminan los ojos o que el cuerpo se le endereza al reconocer realmente que alguien lo ve como un ser humano. Tal vez sea más probable que se dirija a la siguiente persona que atienda de forma más amable y educada- lo cual puede a su vez influir en el comportamiento de aquel al que atiende, haciendo que, cuando trate con la siguiente persona que se encuentre, lo haga con un mayor grado de amabilidad y respeto-. También he visto gente que da las gracias al conductor cuando se baja del autobús. A veces no hay ninguna reacción, pero a medida que otros se fijan en eso y también dan las gracias al conductor, se crea una atmósfera de ondas de buenos sentimientos en el autobús, que quizás se extienda a lo largo de la ciudad.



      Qué poco cuesta! A que a todos nos gusta cuando una persona es amable con nosotros, nos atiende con una sonrisa y da las gracias, o los simples buenos días a tu vecino a la gente que te vas cruzando por la mañana...

      ¿Por qué no lo intentas?


jueves, 6 de junio de 2013

CUENTO BUDISTA

        Un viajero llegó a la orilla de un gran lago un día tranquilo y sereno. El cielo estaba despejado y la superficie del lago, de un color azul claro, inmóvil. El viajero se detuvo esa noche en la cabaña de un pescador que había cerca de allí. Cuando se levantó por la mañana, el lago parecía denso y embarrado. "¿Qué ha pasado?-se preguntó-Ayer el lago estaba tan azul y hoy de repente está sucio".
  
     Fue a la orilla pero no pudo ver ninguna causa evidente del cambio. No había barro en el agua o a lo largo de la orilla. Hasta que contempló el cielo y vio que estaba lleno de nubes de un tono gris oscuro. En ese momento se dio cuenta de que el color de las nubes había cambiado el color del lago; la propia agua, cuando la miraba, seguía estando limpia y transparente.

     Nuestra claridad esencial, en muchos sentidos, es como el lago. Puede que el "color" parezca cambiar de un día para otro o a cada momento, reflejando los pensamientos, las emociones y todo lo que pasa por "ahí arriba", por decirlo de algún modo.

          No importa lo que esté reflejando, la esencia nunca cambia: siempre permanece limpia, serena y transparente.

martes, 4 de junio de 2013

LA FELICIDAD ES COSA NUESTRA

      La felicidad nada tiene que ver con el deseo de dejar de ser lo que cada uno es, sino, por el contrario, con ser auténticamente uno mismo. El camino que conduce a la deseada felicidad comienza siempre con la propia decisión de ser feliz, asumiendo la responsabilidad de esa elección.

     Pocas cosas existen más deseables e importantes en esta vida que el deseo de ser feliz.

    Somos responsables de nuestra felicidad y, por añadidura, responsables de cómo nos va en la vida. Aunque nos duela aceptarlo, todos sabemos que, por acción o por omisión, por decisión previa o posterior, por dejar pasar o por haberlo producido, siempre somos parte de lo que nos sucede.
         Pero claro, es muy duro aceptarlo así, sin peros... tal vez sea porque esta declaración de involucración nos confronta con la responsabilidad de cambiar lo que no está bien. Quizá asumir de lleno tanta responsabilidad nos obliga a aceptar cierta complicidad en cada una de nuestras frustraciones.
         Nos duele, nos molesta, nos irrita y nos subleva que las cosas no sucedan como soñamos, como deseamos, como deberían suceder o como nos convendría que sucedieran. En la vida real, la de todos los días, a pesar de nuestra queja, las cosas difícilmente salen exactamente como deseábamos, y cuando se asemejan a eso, no ocurren en los plazos que habíamos imaginado.

    La duda, la indecisión y el miedo nos frenan demasiado a menudo para poder actuar adecuadamente ante la realidad a la que nos enfrentamos. Por si fuera poco, a nuestro alrededor están "los demás", que, con todo derecho, están persiguiendo sus propios sueños, no siempre deseosos o ansiosos de colaborar con nosotros (por no hablar de los que parecen que están empeñados en boicotear los sueños ajenos).
   Lo cierto es que, muchas veces, la posibilidad real de que nuestro deseo se cumpla en este momento es prácticamente nula.
   En el mundo de lo cotidiano siempre encontraremos dificultades, obstáculos y limitaciones para hacer realidad un sueño, cumplir un deseo o, simplemente, poder seguir nuestro camino sin perder el rumbo, y tendremos que elegir cada vez más conscientemente entre dos actitudes: culpar al exterior y pedirle o esperar que cambie, o hacernos partícipes de la frustrante realidad y ser cómplices de ese cambio, es decir, tomar una decisión y asumir la responsabilidad de actuar en coherencia con mis deseos trabajando activa y comprometidamente en esa dirección, afrontando el coste, el riesgo y el trabajo que conlleva ese camino.

      La tradición de todos los pueblos encierra su sabiduría y nos la lega en costumbres, en maneras de actuar, en leyendas y en frases. Los indígenas de toda América adoraban la fuerza de la naturaleza y cantaban alabanzas al Sol, al Luna, al Viento... A ellos imploraban una buena cosecha, un invierno benévolo o el favor de los vientos para que los llevaran a las costas más prósperas. Confiaban en sus favores con devoción; sin embargo, no dejaban de esmerarse para que esos dones pudieran manifestarse en toda su plenitud.
      Los araucanos, en el Sur más al sur de Latinoamérica, creían que los dioses premiaban a los que limpiaban perfectamente la tierra de malezas y a los que trazaban los surcos del arado en perfecta simetría. La recompensa divina consistía en hacer más abundante la cosecha.
       El pueblo sufí, con mucha sensatez, recomienda a cada uno de sus hombres: "Confía mucho en Dios... pero ata tú mismo a tu camello". Tal vez, no importe la correlación secuencial de los hechos, pero es evidente que la más efectiva de las tareas se lleva muy bien con el tiempo que le dedicas, con el interés que despierta en ti y con tu mejor aprendizaje o habilidad en el uso de las mejores herramientas.
       Así una frase de los indios Sioux resume muy bien esto: "Siempre será más fácil fabricarse un par de sandalias que querer tapizar de piel el camino".

     No se trata de perseguir lo que no tenemos ni de fantasear sobre lo felices que seríamos si lo consiguiéramos. Se trata de comprender de una vez para siempre que la felicidad depende de lo que sucede de la piel para adentro, mucho más de lo que ocurre de la piel para fuera.

      Deberíamos recordar cada mañana que ser feliz no está necesariamente relacionado con la risa, la alegría, el baile o el festejo, (aunque es verdad que los que se sienten felices se ríen más, festejan más la vida, y están casi siempre dispuestos a compartir con los demás el placer de la vida danzando y cantando).
   La felicidad se parece más a la paz interior que a la alegría, no tiene tanto que ver con llegar a algún lugar sino más bien con seguir adelante en el rumbo de aquello que da sentido a nuestra vida; no está relacionado con lo que logramos, sino con la certeza de no estar perdido.

   Estas pocas palabras quizá puedan aclararnos por qué la felicidad la encuentra cada uno en su propio y personal camino y por qué es tan difícil que mi rumbo coincida al cien por cien con el de otros. Qué bueno sería aprender y aceptar que aquellas decisiones que me permiten, quizá, sentirme el más feliz de los mortales, pueden no ayudar a otros a sentirse felices ni siquiera por un momento.

      No podemos hacer felices a otros, y nadie puede hacernos felices. Nadie puede hacer por ti lo que sólo tú puedes hacer por ti, y una de esas cosas es ocuparte de ser feliz.

      Termino poniendo un texto pequeño:
   Con todo lo que tenía salí un día a comprar un final feliz, pero como no encontré ninguno que me llenara por completo, decidí invertirlo todo en comprarme un nuevo comienzo.