viernes, 11 de octubre de 2013

ACCIÓN VERSUS REACCIÓN

       Cuenta el columnista Sidney Harris que en cierta ocasión, acompañando a comprar el periódico a un amigo suyo, éste saludó con suma cortesía al dueño del quiosco, el cual, por su parte, le respondió con brusquedad y descortesía. El amigo de Harris, mientras recogía el periódico que el otro había arrojado hacia él de mala manera, sonrió y le deseó al vendedor un buen fin de semana. Cuando los dos amigos reemprendían su paseo, el columnista le preguntó:

       - ¿Te trata siempre con tanta descortesía?
       -  Sí, por desgracia.
       - ¿Y tú siempre te muestras igual de amable?
       -  Sí, así es.
       - ¿Y por qué eres tú tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
       -  Porque no quiero que sea él quien decida cómo debo actuar yo.


     La persona "plenamente humana" es la persona que consigue ser "ella misma"; que no se doblega ante cualquier viento que pueda soplar ni está a la merced de la mezquindad, la vileza, la impaciencia y la ira de los demás; que no se deja transformar por el ambiente, sino que es ella la que influye en éste.

   Por desgracia, la mayoría de nosotros nos sentimos como una embarcación a merced de los vientos y las olas. Cuando los vientos rugen y las olas se encrespan, nos falta lastre y decimos cosas como: "Me pone enfermo..."; "Me saca de mis casillas..."; "Sus observaciones me hacen sentirme terriblemente violento..."; "Este tiempo me deprime increíblemente.."; "Este trabajo me aburre soberanamente..."; "Sólo con verle me pongo triste..."

    Si observamos todas estas cosas me afectan a mí y a mís emociones. No tengo nada qué decir sobre mi enojo, de mi depresión, de mi tristeza, etc. Y al igual que todo el mundo me limito a culpar a otros, a las circunstancias y a la mala suerte. La persona plenamente humana sabe que la culpa no es de las estrellas, sino nuestra. Podemos alzarnos por encima del polvo de la batalla cotidiana que a tantos de nosotros ciega y sofoca; y esto es precisamente lo que se espera de nosotros en nuestro proceso de crecer como personas.

  Esto no significa que haya que reprimir las emociones o negar la plenitud de las mismas. Lo que significa es, más bien, el equilibrio y la de las emociones. En la persona humana plenamente viva no puede darse ni el amortiguamiento de los sentidos y emociones ni la entrega incondicional a los mismos.
integración

   La persona plenamente viva escucha a sus sentidos y emociones y sintoniza con ellos; pero el entregarse a ellos supondría abdicar del intelecto y de la capacidad de elegir, dos facultades que hacen a los seres humanos superiores a los animales.

martes, 8 de octubre de 2013



    " Me ha costado comprender que el hombre empieza a vivir en la medida en que deja de soñar consigo mismo. Que empezamos a dar frutos cuando dejamos de construir castillos en el aire.
    Al igual que el niño que está aprendiendo a montar en bicicleta logra montar de hecho cuando se sumerge a fondo en esta actividad y, por contrapartida, se cae al suelo cuando se para a considerar lo bien o mal que lo está haciendo, así nosotros, todos, en cualquier actividad que llevemos a cabo. En cuanto comenzamos a juzgar los resultados, la magia de la vida se disipa y nos desplomamos.

    Cuando como, como; Cuando duermo, duermo. Así definió un gran maestro el Zen. Con este espíritu, no sólo es que se gaste menos energía en el desarrollo de una determinada actividad, sino que hasta sale uno tonificado de ella. El ser humano tiene el potencial de auto-cargarse en la acción.

    Por eso creo que para escribir, como para vivir o para amar, no hay que apretar, sino soltar, no retener, sino desprenderse. La clave de casi todo está en la magnanimidad del desprendimiento. El amor, el arte y la meditación, al menos esas tres cosas, funcionan así.


Del libro. "Biografía del silencio", Pablo d´Ors